Juanjo Capelli participó a finales de febrero y principios de marzo en el viaje que organizamos por el desierto de Marruecos. Un viaje lejos de los centros de turismo que existen en este mismo país, también lejos de las comodidades de eso núcleos turísticos. Un viaje que buscaba la autenticidad de sentir el desierto, la soledad, el esfuerzo de avanzar entre la arena, el horizonte infinito de dunas, las estrellas del inmenso firmamento, el descubrimiento del antiguo oficio y saber de los camelleros, el sabor de cada plato, un milagro gastronómico que transmite la esencia de un pueblo y un territorio.
Juanjo fue uno de los participantes de nuestro viaje al valle del Draa, vino con la mente y el corazón abiertos, como los viajeros auténticos y nos ha dejado este regalo: sus palabras y sus dibujos.
Os dejamos con las sensaciones de Juanjo Capelli
“El viajero entorna los ojos, la claridad le hace dudar si esa franja de cristal que surca el horizonte es real o es una ilusión óptica. Sabe que es fruto de su imaginación pero aun así, se abandona a la cordura e insiste en pensar que es real, mientras continua caminando por la hammada. Atrás en la lejanía absorbida por la distancia se va difuminando a la vista la cadena de dunas, arena amarilla, limpia, con formas elípticas sólo rotas por las pisadas de la caravana, y que el viento se encargará de volver a colocar grano a grano.
Anoche con el fuego de campamento, se renovó como cada velada la hermandad entre el rol que forma la caravana y el grupo de viajeros. Cánticos y bailes beréber en torno a la hoguera con el tan-tan de ritmos triviales. Un momento antes, el concilio del día: la cena, ese momento mágico a la luz de las velas, balance del día, camaradería, risas, inquietudes después de haber contemplado desde la duna el atardecer más bello nunca vio, nuevas amistades que pueden ser para el resto de su vida, y así discurre la velada, hasta que todo se vuelve silencio y estrellas.
¿Cuál será la sorpresa gastronómica de mañana?, los comensales dentro de la jaima han sido sorprendidos por el tallin de verduras, zanahoria, nabo y calabacín sobre couscus de sémola de trigo con canela o sopa harira, en la mañana tortitas con miel, café o té, y de nuevo el campamento se levanta, los camellos con su carga caminarán por la planicie, lenta pero inexorablemente hacia el nuevo campamento, que de nuevo, como nómadas errantes, crearán un hogar en la nada.
A algo tan simple como lo relatado se reduce el viaje que he tenido el placer de compartir con Ecoturismo Granada Agencia de Viajes, y su fundadora Teresa, acompañante junto al guía local Brahim. Con ellos he sentido de nuevo la vuelta a la simplicidad, donde sólo necesito lo que llevo en la mochila, sobra hasta el reloj, el que allí miras no lo llevas en la muñeca ni en el móvil (¿móvil?, el tirano debe estar apagado por algún bolsillo de la mochila), nuestro reloj está por la mañana en el Este para vernos desayunar, en el zenit para hacer desaparecer las sombras y en el ocaso en el Oeste, para que contemples la llanura encendida de colores naranja y púrpura, llena de paz y sosiego.
Confío que no estés leyendo esto a la hora que las agujas del hambre se encuentran en punto, porque es inimaginable la oferta gastronómica que disfrutas con tan mínimos recursos, no das crédito a lo que encuentras en la mesa frente a ti, ensaladas multicolor de verduras frescas, sopa harira, kefta, tallin de cordero con dátiles, de ternera con ciruelas, couscus con verduras, arroz cocido con canela, tortilla bereber rellena de queso y aceitunas y todo te sabe a gloria
De nuevo amanece, el sol comienza a perfilar las crestas de las dunas, ayuda a desperezarse el aroma del pan recién hecho, el olor a café, la mantequilla que ha batido el cocinero, la confitura de higos, recolectados en proceso para ello, la miel y el zumo de naranja que te llenan de vida y te lanzan a una ruta interactiva. De nuevo en marcha, el viajero crea su propia vivencia, él ve lo que nadie vio, percibió el color que nadie percibió y encontró la piedra que nadie encontró. La muestra a sus compañeros como el más preciado de los tesoros, aunque más adelante la acaba sustituyendo por otra inigualable, camina entre un extraño jardín botánico, observando plantas que es inimaginable que germinen en esta soledad inhóspita, semillas que trajo el viento o en el interior de cualquier animal, huellas de los moradores de la noche, o del escarabajo negro, el eterno viajero que tras de sí va dibujando una cremallera en la arena.
Encontramos antiguos núcleos de población de los cuales perduran esparcidos restos milenarios de alfarería, túmulos silenciosos e inertes rellenos de arena traída por el viento, e intuyes desaparecidas kasbah por los restos de muros de adobe que se van reintegrado de donde salieron. Subes a una montaña con una inmensa meseta abierta, como un balcón al fin del mundo, el aire es templado, lo sientes en la cara, la cabeza protegida del sol con el pañuelo azul índigo, y bajo tus pies, el suelo es un tapiz de fósiles. Allí abajo, en la planicie no muy lejos, vislumbras el campamento, los camellos buscan hojas tiernas entre las ramas espinosas de las solitarias acacias, y me sorprendo de lo mucho que hay en un mundo que se encuentra entre el olvido y la nada.
Este viaje se queda grabado en mi para siempre, conservo vivo el recuerdo de mi primer viaje a esta parte tan especial del planeta y me sigue entusiasmando. Volví intentando recuperar lo que años atrás había sentido, pero realmente me ha sobrepasado con creces; ahora voy mas despacio, a pie. Me he permitido dejar en casa el GPS, de nuevo miro la brújula y hago cálculos, ¿Cuántas jornadas nos separan del océano, seguiría la cuenca del Draa? ¿Esas montañas son Argelia?, y mientras caminas, el desierto te atrapa, te contagia, te lleva, quieres volver aquí antes de terminar.
Este es un viaje que no recomendaré porque solo es recomendable para gente que quiera compartir momentos, que quiera estar solo sin sentirse abandonado, que quiera caminar en grupo, que quiera ver las estrellas como nunca las ha visto, que quiera un té en silencio, que quiera recuperar los sentidos, que quiera comer comida, que quiera tumbarse en la duna y acariciar la arena, que haya olvidado lo que es andar descalzo, que quiera sentir la simplicidad o que quiera recuperar algo que cayó dentro de si .
Si no cumples alguno de estos requisitos, inventa nuevos, solo debes encontrar el tuyo, después no tengas miedo, escribe, haz unas fotos o dibújalo, saca lo que te pida el alma, pero ahora espera, no pienses y sigue tumbado sobre la arena templada de la duna mientras observas el lento volar de un pájaro vagando por una senda invisible
Gracias a Teresa, a Ecoturismo Granada por la organización del viaje, a los compañeros que tanto me enriquecieron, al aporte de cada uno de ellos, erudito en su materia, a Brahim y sus cajas de dátiles, a esos cocineros siempre con la sonrisa puesta, y que nos dieron gloria bendita, a los camelleros que cuidaban todos los detalles del campamento y esos ocho camellos que día tras día transportaron por la hammada toda la logística
Las ilustraciones y algunas más, las puedes ver en un blog que he realizado en base a un cuaderno de viaje titulado “viaje al desierto” enlace: jjcapelli.webnode.es